Ya lo dijeron los Reyes Católicos cuando Colón trajo el cacao de las Américas: “no he probado nada tan bueno en mi vida”.
Y eso que eran reyes.
Ahora el chocolate está al alcance de todo el mundo, por todas partes se pueden adquirir chocolatinas para deleitarnos con su inconfundible sabor.
Alguna vez habéis visto el árbol del cacao?
El árbol, como tal, no tiene nada de especial, salvo que sólo crece en una estrecha franja alrededor del ecuador terrestre, por sus condiciones ambientales.
Antes se cultivaba en América y ahora la mayor parte de la cosecha mundial procede de África.
Las plantaciones de cacao más importantes se encuentran en Ghana y en Costa de Marfil, dos de los países más pobres del mundo pero que, gracias al chocolate, están consiguiendo cierta mejoría.
Aunque claro, las mafias también ponen de su parte para levantar el país.
Hombres armados cruzan la frontera con el país vecino (Burkina Faso) y secuestran cada año a miles de niños que son separados de sus madres y llevados a trabajar en las plantaciones de cacao.
A estos niños se les entrega un machete y se les obliga a recolectar las vainas de cacao durante interminables jornadas de doce horas, o se les insta a que fumiguen las plantaciones sin ningún tipo de protección.
Dejarías que tú hijo jugara con pesticidas?
Permitirías que llevara un machete?
Posteriormente tiene que abrir las vainas, extraer las semillas de cacao y ponerlas a secar al sol, para luego llenar grandes sacos que son vendidos a los exportadores.
A pesar de que el precio que se paga por las semillas no es bajo, de ese dinero los niños no ven nada en absoluto.
Son los esclavos del siglo XXI, en el sentido más estricto de la palabra.
Apartados de la escuela, separados de sus familias, obligados a trabajar durante horas en condiciones que nadie querría para si, con herramientas peligrosas, productos tóxicos… ¿se puede pedir más?
A veces estos niños son explotados por sus propios familiares, lo cual es más deplorable si cabe.
Las multinacionales chocolateras lo saben y durante años nadie dijo nada hasta que en 2.001 se vieron forzadas a firmar un acuerdo a favor del comercio justo, pero a día de hoy el acuerdo sigue sin cumplirse en su totalidad.
Por suerte, el periodista holandés Tony van der Keuken lo denunció en un interesantísimo reportaje en el que se hacía pasar por comerciante de cacao para visitar las plantaciones y grabar las condiciones de esclavitud en las que trabajan los niños que, para más “inri”, nunca se habían comido una chocolatina.
Os dejo el enlace a la presentación del reportaje que, aunque en inglés, es bastante esclarecedor.
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